martes, 25 de junio de 2013

CARTAS CATÓLICAS: UN MENSAJE PARA EL MUNDO


TEMA Nº 06

CARTAS CATÓLICAS: UN MENSAJE PARA EL MUNDO

Los escritos atribuidos a: Santiago, Pedro, Juan y Judas  se llaman Cartas Católicas, porque no tienen un destinatario particular. Su mensaje está dirigido a toda la Iglesia Universal, es decir, a todas las personas.

Estas cartas no tienen carácter epistolar, son más bien “homilías”, breves exposiciones y juicios doctrinales seguidas de algunas normas prácticas.

En ellas se anima a permanecer en la Sana Doctrina y se desenmascara a los falsos maestros. También se invita a hacer vida y obrar la fe, practicando las virtudes cristianas.
Las cartas Católicas son siete: Santiago 1ª y 2ª; Pedro 1ª,  2ª y 3ª de Juan y Judas

SANTIAGO
Santiago, apóstol  de Jesús, gobernó la comunidad cristiana de Jerusalén desde el año 42 d.C. en adelante y sufrió el martirio en el año 62. Él compuso su carta hacia el año 60, dirigiéndola a los cristianos de la diáspora, es decir, a los cristianos de origen judío dispersos por todo el mundo grecorromano.

El mensaje de esta carta se centra en la exigencia de la coherencia entre fe y conducta. Para ello, se sirve de algunas de las enseñanzas de Cristo en el Discurso de la Montaña. Hace recomendaciones sin seguir un orden: Comienza con instrucciones sobre la paciencia en las pruebas, el respeto a la dignidad de los pobres; luego, muestra la necesidad de las obras que tienen que acompañar a la fe siguiendo como algunas recomendaciones concretas, entre las que sobresalen los sermones a los ricos, el valor de la oración y unción sobre los enfermos.

PEDRO
Pedro, apóstol y cabeza de la Iglesia, escribió sus cartas hacia los años 64-67 d.C. dirigiéndolas a los fieles del Asia Menor, a gentiles que habían sido evangelizados por Pablo.

En ellas, tras dar gracias a Dios por habernos salvado mediante Jesucristo, desarrolla algunos aspectos de la vida cristiana derivada del Bautismo: la llamada a la santidad, la conducta ejemplar del cristiano en medio del mundo, la paciencia en las tribulaciones grandes o pequeñas y, finalmente, el buen comportamiento de los presbíteros con los fieles y viceversa; es decir, muestra la misión y unión de la Iglesia primitiva en medio de una sociedad alejada de Dios.

Doctrinalmente destaca la enseñanza sobre el sacerdocio común de los cristianos y sobre el descenso de Cristo a los infiernos. En este sentido es muy parecida a la de San Judas.

JUDAS
Judas, apóstol y hermano de Santiago, compuso su carta hacia los años 62-67 d.C. dirigiéndola a los cristianos convertidos del judaísmo, que en ese momento se encontraban dispersos por territorios del imperio romano, expuestos a unos supuestos maestros de la verdad, que en realidad eran portadores de falsedades. En ella encontramos temas similares a los de la segunda carta del Evangelio. Judas se ve en la necesidad de escribir esta carta, para animar a los fieles a mantenerse firmes en la fe y en la caridad, en contraste con aquellos hombres que tienen una conducta blasfemia y libertina. Finaliza con una solemne alabanza a Dios por Cristo.

JUAN
Juan, apóstol de Jesús, es el autor de la primera carta y del Evangelio que lleva su nombre, el autor de la segunda y tercera carta tal vez sea un cristiano perteneciente a la comunidad Joánica y conocido por el nombre de Juan el presbítero. Fueron escritas alrededor de los años 95-100 d.C. Tardaron en ser aceptadas dentro del canon de los libros inspirados. De las tres cartas de Juan, sólo la segunda y la tercera son propiamente cartas. La primera es un tratado sobre la fe auténtica y la vida común formulada como meditación. La segunda está dirigida a una comunidad cristiana amenazada por gnósticos que no confiesan a Jesucristo hecho carne. La tercera va dirigida a una persona particular que se llama Gayo.
Nos dice Juan que el cristianismo no es una nueva forma de conocimiento, sino el reconocimiento del amor que Dios nos tiene. Su mensaje sigue siendo actual para poder conocer cuál es la verdadera dimensión de Cristo, de esta manera vivir con total autenticidad nuestra fe.

UN SOLO MENSAJE,  DOS TESTAMENTOS
Dios ha querido manifestarnos su inmenso amor por medio de las Sagradas Escrituras; por eso preparó a su pueblo (Antiguo Testamento) para la llegada de Jesucristo, quien nos traería el mensaje de salvación y lo realizaría (Nuevo Testamento).
Los textos del A.T. alcanzaron a entenderse a la luz del Nuevo. Éste, a su vez, está latente en el Antiguo y no s puede entender del todo sino tendiendo en cuenta lo que se dice en aquél. Por eso, ambos son inseparables.
Si al leer el A.T., se prescinde del Nuevo, se abren tantas posibilidades de sentido que no es posible comprender lo que Dios nos quiere revelar. Tampoco se podrían entender afirmaciones esenciales del Nuevo Testamento; por ejemplo: “Jesucristo es Señor”, (Fil 2, 11), si no se sabe lo que significan los términos “Cristo” (Mesías, Ungido) y “Señor”. Y para esto es necesario leer el Antiguo Testamento.
El mensaje de la Biblia se captará a plenitud si es que se realiza una lectura católica, es decir, universal; abierta al conjunto completo de la Escritura y de la fe de la Iglesia. La Sagrada Escritura ha llegado a ser comprendida en el seno de la Iglesia, y solo en relación con el misterio de la Iglesia se puede penetrar en el misterio de la Biblia.
En las Sagradas Escrituras, los Evangelios son el núcleo central de toda la Revelación, puesto que son el testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador.
La Santa Madre Iglesia firme y constantemente, ha creído y cree que los cuatro evangelios, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, hizo y enseñó para nuestra salvación, hasta el día de su Ascensión. Los apóstoles predicaron guiados por el Espíritu de la verdad, lo que él había dicho y obrado.
Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad acerca de Jesús.

ACTIVIDADES
1.    ELABORE USTED EN UN PAPELOTE UN CUADRO COMPARATIVO ESCRIBIENDO LAS CONCORDNCIAS QUE EXISTEN ENTRE EL ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTO, LUEGO EXPONGALO EN CLASE.
2.    BUSQUE EN EQUIPOS DE TRABAJO (04 INTEGRANTES) INFORMACIÓN EN INTERNET Y PARTICIPEN DE UN DEBATE: (POR EJEMPLO; www.aciprensa.com/Biblia/catolicas.htm).
TEMA 1: CONTEXTO HISTÓRICO EN EL QUE FUERON ESCRITAS LAS CARTAS CATÓLICAS.
TEMA 2: PLANTEAMIENTOS APLICABLES A LA REALIDAD QUE NOS CIRCUNDA QUE ENCONTRAMOS EN LAS CARTAS CATÓLICAS.
TEMA 3: EJEMPLOS CONCRETOS DE PERSONAJES QUE SIGUIENDO LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS, HAN DEJADO HUELLAS EN EL MUNDO ACTUAL.
PREGÚNTE A UN MIEMBRO DE SU COMUNIDAD PARROQUIAL: ¿DE QUÉ MANERA SE ESFUERZA POR VIVIR COHERENTEMENTE CON SU FE Y DE DÓNDE OBTIENE LA FUERZA PARA HACERLO? ANOTE LA RESPUESTA

domingo, 9 de junio de 2013

PRINCIPIOS Y VALORES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA


LOS PRINCIPIOS DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
                                   
Como hemos visto el primer objetivo de la Doctrina Social de la Iglesia será siempre orientar la conducta de las personas. Que el cristiano busque con su vida entera, el bien común, que sea consciente de sus derechos y deberes, que se sienta responsable del otro, sobretodo del pobre, y que pueda vivir todos los ámbitos sociales desde su dimensión cristiana. Si la DSI no concluye en la transformación, en la acción, no dejará de ser doctrina muerta. 
“Los principios permanentes de la doctrina social de la Iglesia constituyen los verdaderos y propios puntos de apoyo de la enseñanza social católica, ellos son expresión de la verdad íntegra sobre el hombre conocida a través de la razón y de la fe, brotan del encuentro del mensaje evangélico y sus exigencias con los problemas que surgen en la vida de la sociedad”.  
La Iglesia los señala como el primer y fundamental parámetro de referencia para la interpretación y la valoración de los fenómenos sociales, necesario porque de ellos se pueden deducir los criterios de discernimiento y de guía para la acción social, en todos los ámbitos. Estos principios son varios, pero tienen una raíz común: la dignidad de la persona humana; de ésta derivan otros importantes principios: el bien común, el destino universal de los bienes, la solidaridad, la subsidiaridad y la participación. 

Los principios permanentes de la Doctrina de la Iglesia son entonces aquellos que expresan valores que en forma irrenunciable deben guiar nuestra conducta como cristianos en la sociedad ya que representan el encuentro  entre el mensaje del Evangelio y la vida en el mundo.
I.-LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA          
El primer principio clásico es el de la dignidad de la persona humana, que proporciona el fundamento para los derechos humanos. Para pensar correctamente sobre la sociedad, la política, la economía y la cultura uno debe primero entender qué es el ser humano y cuál es su verdadero bien. Cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios, tiene una dignidad inalienable y, por tanto, debe ser tratada siempre como un fin y no sólo como un medio.
Toda persona - prescindiendo de raza, sexo, edad, patria, religión, inclinaciones sexuales, empleo o nivel económico, salud, inteligencia, éxitos o cualquier otra característica diferenciadora – es digna de respeto. No es lo que uno hace o tiene lo que da derecho al respeto,  lo que establece la dignidad de uno es sencillamente el ser una persona humana. Dada esa dignidad, la persona humana en  la visión católica  nunca es un medio, es siempre un fin.
El hombre pues, como ser inteligente y libre, sujeto de derechos y deberes es el primer principio y, se puede decir, el corazón y el alma de la enseñanza social de la Iglesia. "Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos".
Para la Iglesia, la dignidad de la persona humana "en su alcance antropológico constituye la fuente de los otros principios que forman parte del cuerpo de la doctrina social". El hombre, cada uno, sin excepción, "debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente". 

II. EL PRINCIPIO DEL BIEN COMÚN
“De la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas deriva, en primer lugar, el principio del bien común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social para encontrar plenitud de sentido. Por bien común se entiende el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”.  

Las exigencias del bien común derivan de las condiciones sociales de cada época y están estrechamente vinculadas al respeto y a la promoción integral de la persona y de sus derechos fundamentales.   
“Tales exigencias atañen, ante todo, al compromiso por la paz, a la correcta organización de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la salvaguardia del ambiente…a los derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a  la cultura, transporte, salud, libre circulación de informaciones y tutela de la libertad religiosa…- sin olvidar la - cooperación internacional en vistas del bien común de la humanidad entera”.  
“El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad” y “todos tienen también derecho a gozar de las condiciones de vida social que resultan de la búsqueda del bien común”  
Su aceptación debe redundar en provecho de todos los miembros de la comunidad que participan por su propia naturaleza, sin preferencias gubernamentales por personas o grupos sociales determinados  -la autoridad civil "está constituida para el bien común de todos"-, salvo que "razones de justicia y de equidad" favorezca a los ciudadanos más débiles, en razón de sus condiciones de inferioridad.
Aunque es importante que se reconozcan los derechos individuales, no debemos hacerlo a expensas del equilibrio que se debe alcanzar entre los derechos individuales y los derechos de todos a vivir juntos en comunidad. Si pensamos en el equilibrio como en una balanza, debemos sopesar igualmente los derechos individuales y los derechos de toda la comunidad.
Tenemos leyes de tráfico no porque un individuo tenga derecho a conducir lo más rápidamente posible sino porque, si no se reglamentan los derechos de los individuos, las carreteras serían un caos, por no decir una catástrofe. Por consenso común, hemos convenido parar cuando el semáforo está en rojo y permitir que el tráfico se mueva cuando está en verde.
Renunciamos en cierto sentido al ejercicio de un derecho individual para que se puedan ejercitar los derechos de todos en armonía y paz.
III. EL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES
Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. Por tanto todo hombre debe tener lo necesario para su pleno desarrollo. Nadie puede prescindir de los bienes que responden a sus necesidades primarias pues éstos son absolutamente imprescindibles para alimentarse, crecer, comunicarse y desarrollarse plenamente como persona. Éste es un derecho inherente al hombre que se desprende de su dignidad intrínseca. El destino universal de los bienes exige un esfuerzo común dirigida a cada persona y a cada pueblo hasta lograr que todos dispongamos de lo necesario para nuestra plena realización.
El derecho al uso de los bienes de la tierra que todos los hombres tienen lo satisface la propiedad en la medida en que presta ese servicio a la vida. De otra manera la propiedad no es justa ni legítima porque "los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa" pues en la variedad de maneras de detentar la propiedad "jamás debe perderse de vista este destino universal de los bienes" dentro de las diversas formas legítimas de ejercer esa propiedad.

“El principio del destino universal de los bienes invita a cultivar una visión de la economía inspirada en valores morales que permitan tener siempre presente el origen y la finalidad de tales bienes, para así realizar un mundo justo y solidario, en el que la creación de la riqueza pueda asumir una función positiva”.   Asimismo, “el destino universal de los bienes comporta un esfuerzo común dirigido a obtener para cada persona y para todos los pueblos las condiciones necesarias de un desarrollo integral, de manera que todos puedan contribuir a la promoción de un mundo más humano”. 

El principio del destino universal de los bienes exige que se vele con particular solicitud por los pobres, por aquellos que se encuentran en situaciones de marginación y, en cualquier caso, por las personas cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento adecuado. A este propósito se debe reafirmar, con toda su fuerza, la opción preferencial por los pobres. “Esta es una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica igualmente a nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a nuestro modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente sobre la propiedad y el uso de los bienes. Pero hoy, vista la dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social, este amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor.

LOS PRINCIPIOS DE SOLIDARIDAD Y SUBSIDIARIEDAD, REGULADORES DE LA VIDA SOCIAL
Al fundamento de todo, que es la dignidad del hombre, están íntimamente ligados el principio de solidaridad y el principio de subsidiariedad.
La solidaridad es "una virtud humana y cristiana" por la que todos (hombres, grupos, comunidades locales, asociaciones y organizaciones, naciones y continentes) participan en la vida económica, política y cultural, superando el individualismo. El principio de subsidiariedad complementa al de solidaridad pues "protege a la persona humana, a las comunidades locales y a los 'grupos intermedios' del peligro de perder su legítima autonomía". (Orientaciones, 38).
IV. EL PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD
Como “virtud”, la solidaridad no es un sentimiento, sino la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos. Esta determinación se funda en la firme convicción de que lo que frena el pleno desarrollo es aquel afán de ganancia y aquella sed de poder de que ya se ha hablado.
La solidaridad nos ayuda a ver al "otro" -persona, pueblo o nación-, no como un instrumento cualquiera para explotar a poco costo su capacidad de trabajo y resistencia física, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un "semejante" nuestro.
La solidaridad es una virtud cristiana: "a la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí mima, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Señor, y por él se debe estar dispuesto al sacrificio, incluso extremo: <<dar la vida por los hermanos>>.
El mensaje de la doctrina social acerca de la solidaridad pone en evidencia el hecho de que existen vínculos estrechos entre solidaridad y bien común, solidaridad y destino universal de los bienes, solidaridad e igualdad entre los hombres y los pueblos, solidaridad y paz en el mundo”. “El principio de solidaridad implica que los hombres de nuestro tiempo cultiven aún más la conciencia de la deuda que tienen con la sociedad en la cual están insertos…Semejante deuda se salda con las diversas manifestaciones de la acción social, de manera que el camino de los hombres no se interrumpa, sino que permanezca abierto para las generaciones presentes y futuras, llamadas unas y otras a compartir.
 V. EL PRINCIPIO DE SUBSIDIARIEDAD
En la búsqueda del progreso y el desarrollo de toda persona humana, de todo ser humano, de su dignidad, hay un principio que no se tiene muchas veces en cuenta y que hay que recordarlo también con frecuencia y volver el pensamiento y la mirada hacia él. Es el principio de la subsidiaridad, palabra que no es fácil de pronunciar, pero que es sumamente importante. Nosotros los seres humanos debemos producir lo que nosotros podemos  producir. Cada ser humano tiene una responsabilidad ante sí mismo y ante los demás, como cada grupo, como cada sociedad; pero hay limitaciones que nosotros 
tenemos y es ahí donde se necesita el apoyo subsidiario.
Ir en apoyo de las familias que no pueden alcanzar las metas que deben alcanzar, de los individuos, de las personas, de los grupos, sean estos los que sean. Por eso, el Estado tiene la responsabilidad de cuidar, de velar para que cada uno de nosotros haga lo que tenga que hacer, pero que podamos recibir también el apoyo en aquello que nosotros no podamos hacer. Ese principio de subsidiaridad ayuda a que los pueblos puedan progresar y los grupos puedan avanzar. Y esto hay que decirlo no solamente a nivel nacional, hay que decirlo, también, a nivel universal: nos hemos de acompañar mutuamente los pueblos, y aunque esto no lo pidiera Dios, ni lo pidiera la doctrina social de la Iglesia, lo pide el sentido común y lo pide la razón. Se ha de apoyar a todo aquel que no puede dar todo lo que él quisiera o pudiera dar.
Por vía subsidiaria, corresponde al Estado, además, asumir aquellas actividades necesarias o claramente convenientes para el país que, siendo propias del ámbito de los particulares, en la práctica no puedan ser cubiertas por éstos. Dicha función estatal de suplencia del Estado, especialmente prioritaria en las áreas sociales más importantes para el país debe, a la vez, ejercerse de modo que se estimule a los particulares para que aborden esas actividades o incrementen su iniciativa en ellas. Consecuentemente, corresponde al Estado velar por el acceso de toda la población a los beneficios de la nutrición infantil, la salud, la educación, el medio ambiente sano y otras áreas de similar importancia social, conforme lo exija el bien común y con debido respeto a los derechos de las personas y al principio de subsidiariedad.
A la actuación del principio de subsidiaridad corresponden: el respeto y la promoción efectiva del primado de la persona y de la familia, la valoración de las asociaciones y de las organizaciones intermedias, el impulso a la iniciativa privada, la articulación pluralista de la sociedad y la representación de sus fuerzas vitales, la salvaguardia de los derechos de los hombres y de las minorías, la descentralización burocrática y administrativa, el equilibrio entre la esfera pública y la privada y una adecuada responsabilización del ciudadano para ser parte activa de la realidad política y social del país.
VI. EL PRINCIPIO DE  PARTICIPACIÓN
Otro principio claro en la Doctrina Social de la Iglesia es el principio de la participación. Este es un tema sobre el que nosotros debemos insistir  una y otra vez, especialmente hoy que vivimos en una cultura tan individualista. La participación es algo inherente al ser humano, es parte de nuestra existencia y es la forma que tenemos de colaborar en concreto por el bien común. 
Si los cristianos queremos vivir en serio el Evangelio, este principio de la participación debiera transformarse para nosotros en un deber, el deber que tenemos todos los seres humanos de participar en la vida, en el desarrollo, en el progreso de los pueblos.
Por eso, una persona que no participa en los gastos de un pueblo, con sus impuestos, es una persona que no está cumpliendo con su deber. Una persona que no participa en las elecciones, por ejemplo, es una persona que se siente limitada en lo que es su derecho de participar en la elección de aquellos que lo dirigen. Esta dimensión de la participación muestra un derecho, pero también muestra un deber. Derecho y deber, el derecho de participar y el deber de participar. 
Volvamos una y otra vez la mente sobre la participación, sobre nuestro deber de participar en la vida familiar, en la vida social, en la vida del colegio, en la vida nacional, en la vida internacional. Pensemos en la participación, como un derecho y un deber.
Una "mayor participación en las responsabilidades y en las decisiones" es "una exigencia fundamental de la naturaleza del hombre, un ejercicio concreto de su libertad, un camino para su desarrollo".
La Doctrina Social de la Iglesia  asigna a la participación un puesto predominante  porque "asegura la realización de las exigencias éticas de la justicia social". Todos los miembros y sectores de la sociedad son agentes en "el desarrollo de la vida socio-económica, política y cultural", ejerciendo su participación de manera "justa, proporcionada y responsable". La participación es eficaz como "camino seguro para conseguir una nueva convivencia humana". 
LOS VALORES FUNDAMENTALES DE LA VIDA SOCIAL
 “La doctrina social, además de los principios que deben presidir la edificación de una sociedad digna del hombre, indica también valores fundamentales. “Todos los valores sociales son inherentes a la dignidad de la persona humana, cuyo auténtico desarrollo favorecen; son esencialmente: la verdad, la libertad, la justicia, el amor.  Su práctica es el camino seguro y necesario para alcanzar la perfección personal y una convivencia social más humana; constituyen una referencia imprescindible para los responsables de la vida pública. 
No podemos perder de vista que estamos ante un conjunto armonioso de valores que están interrelacionados, la ausencia del cualquiera de ellos, lleva consigo la desaparición o el deterioro de los demás. Todos ellos están en función de la dignidad de la persona humana; de tal manera que la vivencia de los valores fundamentales de la doctrina social de la Iglesia, posibilitan que el hombre crezca, que sea cada día mejor hombre y más hombre, permitiendo que el hombre se desarrolle material, humana y espiritualmente, es decir, un desarrollo integral de toda la persona humana.
 LA VERDAD
Los hombres tienen una especial obligación de tender continuamente hacia la verdad, respetarla y atestiguarla responsablemente. "Vivir en la verdad tiene una importante significado en las relaciones sociales: la convivencia de los seres humanos dentro de una comunidad, en efecto, es ordenada, fecunda y conforme a su dignidad de personas, cuando se funda en la verdad". 

Nuestro tiempo requiere una intensa actividad educativa y un compromiso correspondiente por parte de todos, para que la búsqueda de la verdad sea promovida en todos los ámbitos. Esto afecta particularmente al mundo de la comunicación pública y al de la economía, que remiten necesariamente a una exigencia de transparencia y de honestidad en la actuación personal y social.
 LA LIBERTAD
El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana.   “No se debe restringir el significado de la libertad, considerándola desde una perspectiva puramente individualista y reduciéndola a un ejercicio arbitrario e incontrolado de la propia autonomía personal.

 “El valor de la libertad, como expresión de la singularidad de cada persona humana, es respetado cuando a cada miembro de la sociedad le es permitido realizar su propia vocación personal”, es decir, expresar “sus propias ideas religiosas, culturales y políticas”   y asumir sus propias iniciativas. La libertad, por otra parte, debe ejercerse también como capacidad de rechazar lo que es moralmente negativo, cualquiera sea la forma en que se presente.  
 LA JUSTICIA
La justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. 
“El Magisterio social invoca el respeto de las formas clásicas de la justicia: la conmutativa, la distributiva y la legal. Un relieve cada vez mayor ha adquirido en el Magisterio la justicia social” la cual es una “exigencia vinculada con la cuestión social” y que concierne “a los aspectos sociales, políticos y económicos y, sobre todo, a la dimensión estructural de los problemas y las soluciones correspondientes”.  
“La justicia resulta particularmente importante en el contexto actual, en el que le valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos, a pesar de las proclamaciones de propósitos, está seriamente amenazado por la difundida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de la utilidad y del tener…La plena verdad sobre el hombre permite superar la visión contractual de la justicia, que es una visión limitada, y abrirla al horizonte de la solidaridad y del amor: Por sí sola, la justicia no basta. Más aún, puede negarse a sí misma, si no se abre a la fuerza más profunda que es el amor ”.
El hombre específicamente justo es el que se preocupa por el otro, y tiene voluntad de dar a cada uno lo suyo y de no dañar a ninguno. El hombre justo es el que trata bien a los demás, contribuye a su dignidad respetando sus derechos.
Dos son los escenarios propios de la justicia. En las relaciones entre las personas la regla de la justicia es una igualdad casi aritmética: lo que quieras para ti,  quiérelo para los demás; es decir, respeta los derechos del otro como quieres que se respeten tus derechos —justicia conmutativa—
 En las relaciones de la persona con la sociedad, la justicia es proporcional: que cada persona y cada familia reciba de la sociedad las cargas y los beneficios en función de sus necesidades, de sus capacidades, de su contribución al bien común, de la importancia del papel que desempeñe —justicia distributiva—; pero al mismo tiempo que cada uno contribuya al bien común, sabiendo la deuda, los deberes que tiene ante su familia y ante la sociedad —justicia legal—. La justicia muestra que los derechos y deberes son correlativos; pero el primer paso es que cada uno asuma sus deberes con respecto a los demás.

ACTIVIDADES: LEER Y RESUMIR EN 10 DIAPOSITIVAS Y EN EL CUADERNO Responder: ¿De qué habla el tema? Extraiga la idea principal de cada principio y valor e indique ¿Será importante? Argumente ¿Por qué? Ilústrelas.
Desde el 10 al 14 de junio estaremos en evaluación sobre el tema Nº1 y 2. a la siguiente semana seguimos las exposiciones desde el 17 al 21 de junio.